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Foto del escritorSebastián Varela

Margaret, la coleccionista de playas

Actualizado: 3 dic 2021


Olas furiosas acompañadas de atardeceres seductores que trastornan a los adictos al surf, una caverna poco explorada a la que sólo se llega por dato, fiesta clandestina en el bosque y un australiano productor de pisco escondido en la ruta viñatera. Lindos momentos por Margaret River, una gema in tha South West corner.


El suroeste de Australia combina bien. Si otros lugares del país tienen corales, montañas, rocas, desiertos o vibrantes ciudades, esta zona al sur de Perth, en el menos frecuentado oeste aussie y con el pueblo de Margaret River como epicentro, se defiende con una rica ruta viñatera y un menú de playas que revienta cabezas, sobre todo a los surfistas.

Recorridos que nunca olvidaré, porque fueron los primeros en la vida de van arriba de Demonia, Mitsubishi Express nacida el 2007 que corre suave y se porta como un ángel. Mi transporte y mi casa. Refugio completísimo, en cuyo escritorio ahora redacto estas líneas. Un plan que rondaba en mi mente desde principios del año pasado, cuando vivía en Port Douglas, justo en la “esquina” opuesta de la isla-continente. Por entonces escuchaba a los viajeros tirarle sólo flores a la West Coast y señalar a Broome como la ciudad para asentarse un tiempo. Era el destino final del recorrido westerncostero hasta que un bicho que anda dando vuelta lo impidió.


Volviendo a Margs es un lugar tranquilo, con calles que mueren temprano y que sólo puede decir que tiene vida nocturna gracias a una taberna que con olor a chela impregnado en la alfombra logra reunir a mochileros y locales en torno a bandas en vivo y schopitos helados [ni se atrevan a pedir un cocktail]. Así, los encantos de Margaret River hay que salir a buscarlos arriba de cuatro ruedas… y casi siempre se apuesta a ganador.

Boranup Beach brindó la experiencia de entrada. El panorama exquisito por dos noches, cuando mirar la hora era innecesario. Un día entero para hacer lo que con altoparlantes cantara el culo. “Comemos a las 2pm?”, preguntaba mi amiga Juli. “Vos comé cuando tengas hambre y dormí cuando te dé sueño”, le respondía Nico, antes de que mi compadre me enseñara los básicos del kitesurf, tan popular en la zona gracias a las costas de buen soplido.

Los mates y los cuetes deambularon toda esa tarde al compás del viento que jugueteaba con los volantines cuando el cielo comenzaba a clamar atención. Acá no hay puesta de sol mala, dicen. Los atardeceres son el principal caballo de batalla de los escenarios occidentales y si no es el sol que deleita como una pelota gigante que se va achatando en el horizonte, son las nubes que se pintan con tintes violetas y rojizos, o el agua que agarra tonalidades imponentes y refleja lo que quiere.

Lugarazo que anticipaba que esos eran los cánones de belleza en el oeste: arena fina y blanca junto a olas continuas y un viento salvaje que las chasconeaba. Fascinación por ese elemento que le dan un toque tan finamente estético a las olas, cuando justo antes del reventón, las gotas que están en la cresta logran zafar la caída y vuelan en el sentido contrario.


Locura también por otras playas como Red Gate, una de las preferidas de los riders. Y mientras varios se aprovechaban de las lefties, yo arranqué con mi cámara a admirar la colorida flora silvestre y un roquerío lleno de tímidos cangrejos que poco mostraban la belleza de sus tonalidades. Justo donde comienza la conexión con otra joya que es Coto Beach, a través del sendero Cape to Cape. Más al sur, Hamelin Bay y su cardúmen de mantarrayas aguachadas, que hacen del lugar un poco-muy turístico, sin embargo, el contacto más cercano a esta especie siempre llama la atención.


Podría seguir escribiendo sobre las playas porque si visitas cualquiera al azar, felicitaciones, llegaste a una yapla increible [you can't go wrong!, como dicen los oz], pero cierro el comentario costero con Quininup Beach, de difícil acceso y por lo mismo, muy poco concurrida. Con una cueva impresionante en su cercanía, hogar del los murciélagos chocolate -Chocolate wattled bat- y con estalactitas muy interesantes.

_Flora, fauna y paisaje de Red Gate beach



Pisco, mate!

Llegué con una botella de Kappa y la última edición de la revista Jigger a ver a Greg Garnish. Fondeado en una de las tantas viñas de la zona está este aussie de 42 años, entusiasta enólogo apasionado por el pisco. Hace unos años se puso a destilar vino y quedó maravillado con el resultado que, por cierto, tuvo que ir a googlear para saber qué era, tal como contaba un tanto tocado por el elixir la historia que saldrá publicada en algún momento en un diario chileno, la acabé por reportear borracho gracias a tanta degustación. Entrevista, fotos y claro, sesión de cocktails con una versión inédita de pisco sour australiano [¿Canguro sour?] junto a Greg, mi amigo Chevi [un beneficiario del sistema] y otros turistas.


Y a propósito de alcohol, llegó el datito de una bushparty. Comunes en Australia los fiestones en lugares soñados, armados por entusiastas de la farra, la electrónica y las sustancias. Unas 250 personas llegaron al predio, limitado por una pared de roca de 20 metros que armaba el perfecto anfiteatro en medio del bosque, flor para que el DJ le diera la espalda y mezclara lo que sabe.

Ya enfilando de vuelta a Perth para comenzar la ruta norte, una sorpresa que no me esperaba, a la que llegué sólo por la curiosidad de ir revisando in situ el camino que iba por la costa en vez de coger la autopista: Busselton y su muelle. Una pequeña ciudad de centro pintoresco, una costanera plagada de aves y la increíble infraestructura del jetty más largo del mundo, con 1841 metros. Por supuesto lo caminé hasta el final, mientras apreciaba a la tarde que se despedía.


Así es la vida de van. Que te permite descubrir lugares que no están en el trazado, cambiar los planes como me cambio de polera e instalar la casa donde pinte. Aguante la #VanLife y todos sus feligreses.

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